martes, 31 de mayo de 2011

Perspectivas: Stephen Mitchell y el Psicoanálisis Relacional.



El Psicoanálisis ha sido una de las grandes aportaciones al mundo de la psicología y de la psiquiatría del siglo XX. No ha sido la única, pero ha sido de las grandes. A finales del siglo XIX, en un momento en que la psicología está apenas naciendo como una parte diferenciada de la filosofía, mientras Paulov está sentando los cimientos de la psicología experimental, y Cajal está comenzando a describir el tejido nervioso, Freud, que viene de la neurología, con su hipótesis del Inconsciente, sienta las bases de una perspectiva que será de enorme riqueza para la ciencia, pero también para  las artes y para cultura en general.

El Psicoanálisis fue interesando a un numero creciente de clínicos, que se consideraron discípulos de Freud, impresionados por el poder explicativo de la teoría freudiana y por las nuevas perspectivas terapéuticas que parecía ofrecer. Como cualquier nueva disciplina, tuvo sus partidarios y sus detractores. Y dentro del campo de pensamiento que Freud abrió con sus intuiciones, pronto empezó a haber distintas visiones sobre como describir el Inconsciente y todos sus epifenómenos.

Ello fue el germen del desarrollo del Psicoanálisis en varias escuelas, cada una de las cuales desarrollaba la teoría de alguna manera particular, elaborando hipótesis sobre distintos aspectos de la vida de la persona a partir de observaciones procedentes de las sesiones psicoanalíticas. Junto a la corriente principal, representada por el mismo Freud y sus discípulos ortodoxos, aparecieron varias otras corrientes, que desarrollaban aspectos distintos y constituían disensiones de la visión freudiana en tal o cual aspecto.

Casi siempre las disensiones tenían un componente teórico (una hipótesis distinta sobre algún aspecto de la teoría), pero también un componente político, ya que cada escuela tenia su propia forma de autorizar sus prácticas y a sus practicantes. Cosa importante en una disciplina en la que las hipótesis son, en su mayor parte, inverificables.

Una de las últimas perspectivas en incorporarse es la denominada por Mitchell y Greenberg “psicoanálisis relacional”.

La obra de Mitchell, (prematuramente fallecido en 2000 en la cima de su productividad teórica), y también la de sus colegas “relacionales”, ha incluído una revisión sistemática de la mayoría autores psicoanalíticos, y una cuidadosa y respetuosa labor de exégesis para observar qué es lo que tienen en común y que es lo que tienen de diferente; qué de compatible entre si, y qué de incompatible. Además, Mitchell ofrece interesantes opiniones sobre el desarrollo del movimiento analítico y las razones de su peculiar organización institucional.

En el prólogo de su libro “Conceptos Relacionales en Psicoanálisis” (Siglo XXI Ed.  1993), Mitchell expone su forma de pensar el dilema entre el psicoanálisis “de escuela” (de la escuela que sea) y la visión “ecléctica”. Propone un punto de vista que denomina “integración selectiva”. Mitchell considera que desde ese punto de vista “todas las teorías y tradiciones enriquecen el campo de la búsqueda analítica, y sus aportaciones son valiosas”; pero añade que las visiones teóricas “en algunos aspectos son compatibles, pero en otros se excluyen entre si”. En el libro desarrolla su respuesta a las preguntas: “¿en que casos pueden aplicarse las mismas teorías? ¿En que casos es necesario dar a los diferentes conceptos un marco nuevo y mas amplio que los incluya? ¿En que casos son incompatibles?”

Mitchell adelanta su conclusión de que en la historia de la elaboración psicoanalítica hay dos marcos conceptuales amplios e incompatibles entre si. Por un lado estaría lo que denomina “modelo pulsional” que, en su opinión, constituye “una unidad , es amplia y obsoleta, y se conserva fielmente como un conjunto de creencias en torno al cual se acomodan las ideas innovadoras sin descartar los principios tradicionales”. Y por otro lado estaría “la teoría de las relaciones”, “fragmentaria y dispersa, elaborada por escuelas psicoanalíticas que se consideran opuestas entre si, mas que complementarias”.

Mitchell opina que la “teoría pulsional” tiende a “impedir y a distorsionar las innovaciones y a mantener la teoría a cierta distancia de lo que piensan la mayoría de los especialistas contemporáneos”.

A pesar de su claro talante integrador, en la forma en que Mitchell  concibe la posición respectiva de las dos perspectivas no hay paños calientes: se trataría en su opinión nada menos que de paradigmas distintos en el sentido de Khun. Es decir, heterogéneos entre sí, por no decir incompatibles.

Digamos dos palabras sobre las diferencias que Mitchel aprecia entre los dos modelos.

El modelo pulsional describiría un aparato psíquico “cerrado” y desarrollado como una “unidad individual” separada del mundo exterior, que se desarrolla a partir de un conglomerado de impulsos de origen físico, ante cuya presión el individuo tendría que desarrollar medios de conducción de la energía pulsional (“sexual”) hasta su descarga bajo el principio del placer y, adicionalmente, aprender a negociar con el exterior para renunciar o aplazar las descargas pulsionales en pro de la convivencia social y de la cultura, considerados como algo “exterior” al sujeto.

El modelo relacional concibe a la persona como “una matriz de relaciones con los demás” partiendo de la base de que el ser humano esta diseñado para relacionarse, siendo éste su móvil principal (reformulando  así completamente el papel del concepto de pulsión). Según este punto de vista, “la unidad básica de estudio no es el individuo como entidad separada cuyos deseos chocan con la realidad exterior, sino  un campo (una matriz) de interacciones dentro del cual surge el individuo y pugna por relacionarse y expresarse”.

Para formarnos una idea mas clara, podemos esquemáticamente comparar la idea de pulsión, tal y como la define Freud, con las ideas básicas de J. Bowlby.

Freud concibió su concepto de pulsión elaborando hipótesis y construyendo “hacia atrás” en la vida psíquica de la persona a partir del material que aportaban sus pacientes en las sesiones de análisis.

De acuerdo con su formación, Freud pensaba al individuo como una unidad biológica, con un sistema especial que le permitía “derivar” la energía tanto proveniente de los estímulos exteriores como interiores, bajo el principio del placer. Concibió la pulsión como un “mito” teórico situado en la interfase entre la biología y el aparato psíquico, que esencialmente introducía energía en el aparato. La energía provendría de una “fuente” biológica (una “zona erógena”), tendría cierto grado de perentoriedad o “presión”, buscaría una “meta” y se dirigiría a un “objeto”.  De los cuatro aspectos constitutivos del concepto, el objeto sería el elemento exterior y variable. Si pensamos en la pulsión oral en el bebé humano, tal y como Freud la concibió, la “fuente” estaría en el orificio oral como fuente del reflejo de succión; la “presión” variaría en función de las condiciones biológicas del momento, pero nunca se extinguiría por completo; la “meta” sería ”succionar” y el objeto sería exterior e intercambiable: un pecho, pero ninguno en particular, o un biberón, o un chupete, etc. El “objeto” sería un elemento exterior, y en sí sería lo mas irrelevante del modelo.

Bowlby tenía otro tipo de experiencia y de formación. Comenzó su trabajo con menores mal adaptados y delincuentes. Se interesó por los efectos clínicos del trato inadecuado a los menores. Se formó como psicoanalista con Melanie Klein, que desarrolló el concepto del desarrollo temprano de la psique que Mitchell considera mas cercano de las ideas relacionales actuales que de las freudianas.

Bowlby llegó a intuiciones teóricas desde las que formalizó la Teoría del Apego. Citando a Marrone, “su intención era postular un nuevo concepto de conducta pulsional dentro de la cual la necesidad de formar y mantener relaciones de apego es primaria y diferenciada de la necesidad de alimentación y de la necesidad sexual”. Y mas aún, “en el modelo de Freud, el apego es secundario con respecto a las gratificaciones oral y libidinal. En el modelo de Bowlby, el apego es primario y tiene un estatus propio”.

Esta forma de concebir los motores mas básicos del la psique del sujeto humano es transversal a los autores “relacionales”, que conciben que la relación con otros humanos es un motor básico de la psique humana, hasta al punto de postular que no se puede entender una mente humana como algo aislado, por fuera de una matriz de relaciones en la que surgen los fenómenos que constituyen el psiquismo, como el afecto, la agresividad, los síntomas neuróticos o los significados y valores de la vida.

La visión de Mitchell de las ideas de las distintas escuelas teóricas (y de Greenberg y de Black, con quienes escribe parte de su obra) es inclusiva e integradora. Mitchell opina que las razones de que las distintas escuelas se hayan mantenido separadas no se debe tanto a diferencias teóricas (que las hay), como a la manera en que Freud edificó su obra intelectual y como el psicoanálisis se organiza. Mitchell solo encuentra razones teóricas para una gran división entre dos grandes orientaciones psicoanalíticas: las que se adhieren al modelo pulsional, en la línea de la tradición freudiana ortodoxa, y las del modelo relacional, entre las que encuentra el legado de los primeros disidentes como C. Jung, A. Adler, O. Rank y S. Ferenczi, cuyas ideas fueron utilizadas por los culturalistas como H. Sullivan, E. Fromm, o K. Horney; la obra de dos de las grandes escuelas de la tradición británica (los seguidores de M. Klein, entre los que destaca a W. Bion y los del “grupo intermedio”, con R. Fairbairn,  D. Winnicott, M. Balint, J. Bowlby).

Creo que la propuesta de Mitchell y sus colegas “relacionales” es muy interesante y oportuna en el panorama psicoanalítico global. Me gusta su posición ante las discrepancias teóricas, que es respetuosa e inteligente, y ofrece una visión positiva y optimista sobre como el psicoanálisis podrá seguir siendo un referente de la terapéutica y de la cultura en las próximas décadas.

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